Uno de los países más tranquilos y civilizados del mundo se estremeció cuando Anders Breivik mató a 77 personas para “salvar el mundo occidental”
Aquella mañana veraniega en Noruega nadie podía creerse que su país, uno de los más tranquilos y con menos conflictos del globo, podía estar sufriendo un ataque terrorista. Tras la II Guerra Mundial, Noruega se había convertido en un paraíso casi idílico gracias a su prosperidad cimentada en la democracia del estado del bienestar y en un espíritu de país neutral que lo habían dejado en una posición privilegiada. Por ello es lógico que nadie aquel día se pudiera creer que una célula terrorista hubiera explosionado una bomba en el corazón de la capital del país y menos aun que unos jóvenes, a más de cien kilómetros de distancia del lugar de la explosión, estuvieran siendo perseguidos y asesinados en una isla que se había convertido en una ratonera.
Lo
cierto es que si podía haber gente que se creyera el ataque, o al menos que se
lo figurase. Algún seguidor de los sitios más oscuros o extraños de la red pudo
conocer a Anders Breivik y su panfleto de más de 1000 páginas en el que
imaginaba un nuevo occidente sin corruptelas inmigración o libertad. Podía
figurárselo, pero al igual que el resto de la población tanto noruega como
mundial, se quedó boquiabierto al saber como una sola persona, apoyada por sus
principios fundamentalistas, pudo burlar las defensas de toda una nación
occidental y acabar con la vida de 77 personas antes de ser detenido. Si algo
quedará para la historia de la matanza de Utoya será ese peligro que antes de
Breivik no se tenía en cuenta. A partir de aquel día las policías de todo el
mundo se descubrieron que una sola persona puede poner en jaque a toda una
nación, algo que hace unos años era impensable.
Lo
que parece bastante claro es que este ataque fue mucho más que un simple acto
terrorista para los noruegos, el ataque de Breivik ha supuesto un punto y a parte
en la vida de los escandinavos y es que, en un país donde la democracia es una
parte fundamental de su vida, que un perturbado decida llevar a cabo su matanza
acabando con la vida de jóvenes lideres de uno de los partidos con más peso del
país hace que la propia matanza tenga mucho más calado. Los jóvenes asesinados
en Utoya, los cuales participaban en un campamento organizado por el Partido
laborista de Noruega, se han convertido en mártires de la historia del país
pues ya son símbolos de la democracia noruega y de todos sus valores. Cuando
Breivik se puso a disparar con un rifle de asalto a cada uno de los jóvenes,
sin discernir ni mostrar compasión, por las tierras de Utoya diciendo “Debeis
morir todos” ninguno de esos chicos podía pensar en que se convertirían en un
símbolo mundial.
Algo
salió mal en el plan que el fundamentalista amante de las Cruzadas llevaba años
preparando, Breivik había calculado hasta el número de balas necesarias para
acabar con todas las personas que había en Utoya pero en su plan no entraba el
salir de Uotya con vida y ese también fue el gran acierto de una policía
noruega, puesta en entredicho por no poder preveer o al menos controlar la
matanza a tiempo. La idea de Anders pasaba por ser asesinado, mientras luchaba
en su propia Cruzada, por las huestes de los infieles y estuvo a punto de
conseguirlo. Lo que consiguió la policía al detenerle, es no agrandar una
leyenda que podía dañar a toda Europa, al capturarle, se vio que aquel hombre era
un loco disfrazado de policía, un fundamentalista sin bases sólidas y que no
era más que un enemigo del ser humano, un asesino y nada más.
Con
el juicio que lo llevó a ser condenado a 21 años ce cárcel, es lo máximo en el
país escandinavo, la leyenda del monstruo de Utoya se fue diluyendo. Breivik
intentó dar la vuelta a la historia, convirtiéndose en un personaje mediático,
pero nadie en Noruega le dio la oportunidad, allí los medios tienen otro
concepto de negocio, y llegó a la prisión con la imagen de loco fundamentalista
aislado que Breivik sabía que tenía que evitar a toda costa si quería ganar su
Cruzada.
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